Pongo en duda los fines de la Neurociencia en sí misma, por
la implementación que se está haciendo de sus hallazgos.
Se habla constantemente sobre este tema, pero no todos los
que toman la palabra, aunque hayan cursado un máster en neurociencia son
neurocientíficos, como parecen ser los ponentes de los webinarios que se nos
ofrecen. Creo que podemos escucharlos, simplemente como correa de transmisión
que ellos son desde la producción neurocientífica hacia los oyentes, algunos de
nosotros, médicos. Y algunos de nosotros, médicos con intención crítica entre
los que me incluyo.
La conexión de estos temas con enfoques filosóficos es
evidente. Ya que la práctica médica siempre se ha vinculado a la filosofía, en
el área de lo neurológico y más aún de lo psíquico, buscar antecedentes
filosóficos parece obligado.
En Psicoanálisis, Freud, como Lacan, fueron estudiosos de
la filosofía aun cuando no eran filósofos. Influyeron mucho y bien en la forma
de ver los temas médicos. Sin embargo, sus conclusiones clínicas no tienen
evidencia científica, lo cual tampoco me parece alarmante. Conviene recordar
que cuando se sacan conclusiones con recorrido humanista a partir del
conocimiento neurocientífico, se hace con método hermenéutico, interpretando, y
no con la evidencia científica. Esto mismo es lo que hizo Freud. Por cierto,
con mucho talento.
Ahora quiero narrar un caso. Presento a mi paciente MJ,
psicóloga de 56 años. Viuda, un hijo independiente, ella está en pareja
actualmente con un hombre de su edad. Trabaja en un colegio de niños elaborando
informes de los alumnos con problemas de conducta y que pueden requerir
tratamiento psiquiátrico.
Viuda, hace tres años, fue medicada con antidepresivos
porque desde entonces tiene insomnio, tristeza, desmotivación en su trabajo. Está
de baja desde hace un mes y no quiere regresar a sus tareas habituales. Se
plantea un cambio de trabajo. Tiene abundantes pensamientos pesimistas sobre el
futuro. Por razones administrativas visita a dos psiquiatras. Uno de ellos es
impuesto por la mutua profesional y el otro es un psiquiatra privado de su
elección.
El psiquiatra A, el de la mutua profesional, le diagnostica
trastorno por inadaptación. Sabemos que es dudoso que el diagnóstico de
trastorno de personalidad designe una enfermedad propiamente dicha. Y el de
inadaptación es un diagnóstico que podría aplicarse a muchos enfermos que son
disidentes del sistema, especialmente del sistema sanitario oficial. Con este
diagnóstico el facultativo la emplaza a darle el alta y que vuelva al trabajo.
El psiquiatra B es privado y cuenta con el beneplácito de
la paciente. Le aplica una batería de pruebas y en base a sus resultados le prescribe:
un antidepresivo, un hipnótico y un antipsicótico. El profesional le advierte
que el antipsicótico, aripiprazol, le ayudará a reducir la abundancia de
pensamientos persistentes, refiriéndose con ello a su producción obsesiva.
Nos hemos acostumbrado a que la prescripción farmacológica
psiquiátrica busque su justificación en la evidencia científica lo que conduce
a una batería de pruebas, entre ellas un listado de preguntas con sistema de
respuestas sugeridas. Esto significa que las respuestas escritas del paciente
conducen “objetivamente” al fármaco tal o cual. En este caso la producción ideacional
abundante, obsesiva, conduce al fármaco antipsicótico.
Pero esta paciente no es psicótica.
Es interesante recordar y reflexionar acerca de cómo se introducen
los nuevos fármacos, concretamente los psicofármacos. Y me mueve a esta
reflexión la constatación de que desde la obtención de las fenotiazinas
(clorpromazina) en la década de los años 50 se han creado antipsicóticos
eficaces, tanto que modificaron la vida de estos enfermos, lo admito. Pero
también apunto que en 70 años se produjeron pocas moléculas de este tipo.
¿Cómo es el proceso de obtención de los nuevos
psicofármacos?
No queremos describir las fases de la investigación
farmacológica sino hurgar en el proceso mismo de la creación del fármaco antes
de la investigación.
Se supone que el nuevo fármaco viene a cubrir una necesidad
de ciertos pacientes, una necesidad del mercado.
Nuestra paciente ha sido calificada de trastorno de
inadaptación y de rasgos obsesivos. ¿Existen fármacos cuyas indicaciones se
adapten a estos requerimientos? No, en principio.
¿Cómo se puede crear un fármaco adecuado a esta situación y
a otras parecidas?
Lo dejamos aquí de momento.