Lo más atinado parece comenzar por una definición formal. “Estado caracterizado por la sobre valoración angustiosa de los más mínimos síntomas con pánico a enfermar, a morir…” (Diccionario Enciclopédico Salvat)
Y poco nos dice la etimología en una
primera mirada, “debajo de los cartílagos” se refiere a la zona del
abdomen inmediatamente debajo del tórax;
el sitio donde a la derecha está el hígado, falso culpable de tantos
padecimientos que le atribuye el profano.
1.
En los centros de enfermos mentales que en la
Antigüedad atendían los médicos griegos,
los Asclepíades, una senda larga, empedrada, difícil de transitar servía para
descartar a los enfermos físicos , solamente llegaban al destino los que
estaban sanos de cuerpo. La hipocondria era una enfermedad conocida por
entonces y considerada mental; junto con
la histeria está descrita en los Tratados Hipocráticos.
2.
Muy lejos entonces estaban aquellos médicos de trivializar el problema.
Esa “sobrevaloración” de la definición parece hablar de una queja antojadiza
que ahora sube al primer plano del interés general: son esos enfermos que gastan
el dinero de los contribuyentes inútilmente
porque ya se sabe que nunca se curarán. El gran médico inglés Thomas Sydenham
que volviendo al espíritu hipocrático en el siglo XVII la llamó la histeria de los hombres. Destacando
que era más frecuente en hombres que en mujeres.
3.
Y
no se curan nunca del todo, hay psicofármacos activos para tratar la depresión,
la ansiedad, la enfermedad bipolar, la esquizofrenia pero no hay
fármaco-terapia de la hipocondría. Los psiquiatras saben que no se cura con
psicoterapia, el Psicoanálisis no la considera objeto de su campo aunque por
supuesto trata a estos pacientes. ¿Y la Homeopatía tiene algo que aportar?
Los síntomas psíquicos en Homeopatía pueden distinguirse en síntomas propiamente dichos, que hablan del acontecer de la persona que sufre y por otra parte en rasgos de carácter que no son más que maneras de ser. El homeópata espera curar los primeros pero sabe que los otros permanecen. En realidad estos le ayudan a encontrar el medicamento adecuado a cada caso pero no son lo que hay que curar del paciente.
Por eso guiado por estos rasgos el tratamiento homeopático colabora en mejorar las agravaciones del enfermo pero no cambia la personalidad del sujeto. Esto es lo que ocurre con la hipocondría para la cual la Homeopatía es un buen tratamiento de acompañamiento, mejorando las agudizaciones, es decir al enfermo agravado.
En las materias médicas homeopáticas tradicionales y en los repertorios están descritos muchos síntomas que tienen resonancias hipocondríacas.
Temor a enfermar, a estar grave aunque no lo esté, malos presagios, siente que la muerte es inminente, empeora pensando en sus síntomas y tantos otros que pueden hacer pensar equivocadamente al profano que este es el camino para la solución definitiva. Sin embargo el homeópata honesto sabe y acepta que es poco lo que puede hacer con estos casos.
4.
La
imagen más acabada de un hipocondríaco está seguramente en “El enfermo
imaginario” de Molière del siglo XVII, donde se nos muestra en tono jocoso la
vida miserable del personaje que vive en auto observación constante,
aterrorizado ante las más mínimas sensaciones y sobretodo dependiendo de la
visita diaria del médico en su domicilio que lo tranquiliza transitoriamente
pero eso sí recetándole todos los días o dándole una nueva recomendación a la
par de alertarlo de nuevos peligros si no cumpliere estrictamente sus
indicaciones. El médico se muestra seguro y reforzado en sus convicciones a
pesar de su fracaso constante y tiene
respuestas para todo; todos los síntomas son explicados con una disertación o
un consejo, una pócima, un ungüento. Y si bien persuade al enfermo para que no
se observe tanto se despide hasta el día siguiente recomendando que sus
directrices deben observarse con rigor. Cuando al final de la comedia el
hipocondríaco se libera y se despide del médico este lo amenaza con las más
terribles desagracias, enumerando todas las enfermedades que le sobrevendrán.
Debemos aclarar que el encono de Molière contra los médicos era reconocido en
su época.
5.
Otra
variedad está en “El licenciado vidriera” de Cervantes que teme convertirse en
un hombre de cristal y romperse en pedazos, metáfora sobre la fragilidad y la
indefensión.
6.
Cuando
buscamos tipificar nosológicamente la hipocondria o sea encasillarla en una
clasificación de las enfermedades nos encontramos con una gran dificultad.
Nuestro paciente en su versión máxima tiene miedos inexplicables e irreductibles y
cuenta con objetos contra fóbicos, mecanismos obsesivos con rituales
minuciosos; una introspección constante buscando información (hoy satisfecha y alimentada por
internet), diccionarios médicos, vademécum, literatura especializada. Domina el
vocabulario técnico y se adelanta a cualquier diagnóstico, consejo o
recomendación.
Sin embargo la hipocondría no es una entidad independiente, es decir no se considera una enfermedad en sí misma y más bien se trata de un estado al que han conducido algunas enfermedades en algunos casos y en otros se trata de un rasgo de carácter. Por eso la hipocondría se suele designar como una nota dentro de otra enfermedad, neurosis de angustia, ansiedad con crisis de pánico, depresión crónica o durante un delirio paranoico.
7.
Desde
luego al personaje de Molière no se lo suele ver a menudo. Pero en su versión
atenuada es muy frecuente. Así es como vemos innumerables pacientes a los que
la medicina no les diagnostica nada, la localización de su dolencia va rotando
por todo el cuerpo. Nunca se curan del todo sin ser enfermos crónicos, se
sienten insatisfechos de su salud y de los médicos. Cambian de médico a menudo,
parece que los coleccionaran. Están comprendidos aquí los enfermos llamados
“funcionales” (antiguamente se llamaban distónicos neurovegetativos,
neurasténicos, etcétera), los que somatizan (que no es lo mismo que enfermo
psicosomático) y la histeria que en su modalidad moderna puede ser
indistinguible de los dos últimos.
8.
Estos
enfermos cuestan mucho dinero a la sanidad pública; los médicos generalistas y
especialistas no están preparados ni dotados para resolver el problema lo cual
incrementa más si cabe la partida de
gastos ya que se recurre reiteradamente a costosos estudios complementarios.
Tampoco el psiquiatra suele acertar en su enfoque ya que el paciente no se
encuadra en la nosología de la enfermedad mental. Según estadísticas estos
pacientes pueden ser el 80% del total si se excluyen los agudos, los enfermos
crónicos orgánicos y geriátricos. Si el
público en general conociese los detalles íntimos de este problema el malestar
de la sociedad con este asunto sería grande. Se hace difícil entender que haya
tanta gente sufriendo sin que la sanidad pueda remediarlo.
Lo paradójico es que el paciente consulta continuadamente a los profesionales pero nunca les cree del todo. “Doctor estoy en sus manos”, “yo sé que usted sí me va a curar” pero en realidad… Disimula todo lo que puede esta incredulidad, sabe que no hay razones para el escepticismo pero… Por otro lado racionaliza el problema y se presenta a sí mismo como un paciente ejemplar, que no se descuida, que se preocupa por su salud por ser ello rasgo de cultura y buen proceder.
9.
Estos
pacientes oscilan entre la exagerada observación narcisista y la fobia y ya se
sabe que no se convencen con palabras. Nada los consuela y nada los hace
desistir del bucle en el que se debaten.