Translate

viernes, 10 de marzo de 2017

EL LENGUAJE MÉDICO Y SU RELACIÓN CON LA HOMEOPATÍA

                             

                            MEDICINA Y LENGUAJE 



  • De este tema que me apasiona sólo puedo introducir la introducción, si se me permite el pleonasmo. Y con un poco de ironía quiero hablar de este tema; que nadie se tome muy en serio lo que voy a escribir. En todo caso trataré de mostrar mi preocupación por los efectos colaterales a menudo no del todo deseables,

    Pedro Laín Entralgo


    de un vocabulario médico difícil para el profano y que nació de la necesidad de hacer una profesión de la práctica médica en sus orígenes. 
Comenzaré con algunas referencias anecdóticas: En mis primeros días de prácticas en Urgencias en Buenos Aires cuando era estudiante de medicina me enteré que a algunas personas en el hospital se les llamaba "enfermo", a lo que se veía en el enfermo se llamaba "cuadro", a lo que ocurría por dentro del enfermo, "proceso". 
La medicina es entre otras cosas un discurso y una ética en la que destaca un afán de intervención. Lo cierto es que yo me sentí médico cuando utilicé aquellas palabras. 

  • Después, cuando conocí la homeopatía detecté que en su ejercicio el médico homeópata se interesaba por algunas cosas que me parecían raras: si el paciente mejoraba por el consuelo, empeoraba por la contradicción o lloraba por bagatelas (en la acupuntura y por extensión en la medicina tradicional china viento perverso, flema, fuego en lo alto ejemplifican cómo se designan algunas situaciones que aquejan al enfermo e intervienen los elementos que conforman el mundo, los factores climáticos y muchas más cosas). 
El discurso del homeópata era un regreso a la persona. Además recogía palabras del lenguaje corriente: chismoso, hinchado, cabeza blanda, ojo oscuro, late el estómago, en fin un sinnúmero de expresiones de uso vulgar que califican un síntoma, un rasgo del carácter, una modalidad del funcionamiento del cuerpo humano. 

  • Después de ejercer la medicina durante cinco años en mi país de origen, Argentina, ya en España constaté que había trastornos que no recordaba haberlos visto en Argentina o por lo menos allá no eran trastornos: acetona en los niños, mala circulación, cólico, tensión descompensada. Me explico, no digo que en Buenos Aires no las hubiera escuchado o leído, sino más bien que no configuraban un motivo de preocupación para el paciente y no tenían entidad para el médico o para el enfermo. Estas palabras me mostraban las diferentes preocupaciones de la gente en un sitio y en otro. 
A menudo con una palabra se otorga entidad patológica a un síntoma, a un padecimiento. La palabra esguince siempre significó torcedura de una articulación pero hoy tiene rango de afección de la que hay que cuidarse. ¿Será porque por él un deportista puede pasar dos o tres meses sin volver a jugar y esto es ya gravísimo? 

  • Pero me tranquilicé cuando recordé que la historia de la medicina nos dice que hasta no hace tanto las palabras hidropesía, anasarca o ictericia eran en sí mismas enfermedades y no meras cualidades integrantes de una enfermedad como se las considera ahora. 
Huelga decir que en los últimos años el número de palabras se ha multiplicado pero muchos de estos nuevos vocablos en realidad reemplazan a los antiguos y no designan nuevas realidades. Por otra parte siempre ocurrió que cuando no se puede decir casi nada de una enfermedad por desconocimiento se suele usar el lenguaje críptico. La expresión "urticaria recidivante esencial" significa ni más ni menos que una persona sufre erupción de habones, que esto se repite y que no se conoce la causa. 

Nuevas palabras son necesarias para nuevos conceptos pero muchas veces palabras nuevas precisan mejor viejos significados. Lo que se llamaba flora intestinal ahora se dice microbiota. 


  • Y vuelvo sobre un asunto que ya referí en otras ocasiones: ¿hacer diagnóstico es poner nombre a una enfermedad o determinar en qué consiste el proceso patológico? Se me dirá que las dos cosas. Pero si se pone el acento en lo primero es para complicar el discurso. Y cuando un discurso se elabora para que sólo lo descifren los entendidos entonces el lenguaje se pone al servicio de la profesión y no de la gente. Los primeros médicos griegos con espíritu hipocrático defendían que la medicina era saber, método, técnica pero también era una profesión. Una profesión necesita una forma de hablar que distinga al profesional del profano. Pero unos siglos más tarde con Galeno la medicina abundó tanto en clasificaciones, nombres, palabras, como perdió en una comprensión global de la enfermedad. Me parece que cuando el discurso se abre el médico se acerca al paciente.


  • Sabemos que la palabra cura o puede curar. La psicoterapia y los mantras de la meditación de las prácticas orientales nos pueden aclarar por qué lo digo. El sólido trabajo "La curación por la palabra en la Antigüedad Clásica" de Pedro Laín Entralgo de 1958 nos muestra que el propósito psicoterapéutico ya estaba en los antiguos griegos. 


  • En psicoanálisis pos freudiano se afirma que el inconsciente se estructura por significantes o sea más o menos, palabras. De allí a decir que la tendencia a enfermar está enunciada en palabras hay sólo un paso, siempre que aceptemos que por lo menos algunas formas de enfermar están determinadas inconscientemente. Y según estas argumentaciones nos enfermamos también por no decir todo aquello que deseamos decir. La palabra es el sistema de símbolos más evolucionado que ha creado el ser humano. Así y todo nunca logramos decir todo lo que buscamos expresar. Si esta carencia es origen de enfermedad como siempre ha sostenido el psicoanálisis entonces la enfermedad está asegurada. Y esto me recuerda a algunas interpretaciones de la psora en Homeopatía.
  • Curiosamente también nos enfermamos por hacer un discurso en torno al enfermar mismo. Lo puede firmar el hipocondríaco.

2 comentarios: